6/04/2009

Escrito sobre Proyecto de Invetigación Creación Artistica


Leonel Vásquez

¿Cómo ver, sentir, pensar, interpretar y asumir nuestro rol como testigos y porque no de alguna manera cómplices de los acontecimientos cruciales como el de la muerte, la desaparición, la pérdida, que marcan el presente, pasado y futuro de nuestras realidades? Creemos entender el acontecimiento a partir de las cifras, los datos, los análisis, las imágenes, los testimonios y en general todo tipo de abstracción, asimilamos la muerte como un hecho que pasa, y seguirá pasando, que la tortura, la mutilación y el asesinato y demás manifestaciones inhumanas de la violencia se resuelven a través de transacciones en lo humano (la mal llamada justicia) .

En una época de la imagen omnipresente, en la cual se han roto los límites entre verdad y apariencia, nuestro cuerpo seducido por el espectáculo prefiere la imagen al hecho, la representación al original, la apariencia al ser[1]. En ese sentido nuestra experiencia particular con la muerte no da cuenta directamente de la multiplicidad de lecturas que un hecho como éste pueda desprender. Nuestro cuerpo no ha visto, escuchado, oído, olido, palpado y saboreado el cadáver, aún siendo víctima o victimario, nuestra experiencia del acontecimiento sesgada de la totalidad de lo real, no da cuenta de la absoluta singularidad de los hechos, hechos que escapan a cualquier intento de representación o comprensión y a pesar de todo, decimos que estuvimos, porque los vimos, porque nos contaron, y que por haber estado allí entendemos lo que pasó.

Entenderla la muerte nos permite superarla y olvidarla, continuar sin detenerse en las implicaciones futuras, entender la muerte hoy es aceptar la forma violenta en la que hemos vivido y seguiremos viviendo.

Devolverle la indecibilidad a las muertes como acontecimientos traumáticos, sacarlos del tratamiento mediático, de sus múltiples maneras de representación utilizadas por todas las formas del lenguaje, da la posibilidad de rescatar el carácter único y trascendental de la vida, y a partir de allí, recuperar la dimensión sagrada del cuerpo.

Entender el cuerpo desde la lógica espectacular del lenguaje es despojarlo de sus sentidos, es no permitirle experimentar el acontecimiento como un devenir de vida y muerte, es operar en él su condición desechable. Vivir la experiencia de la muerte como un derrame de percepciones y afecciones profundas, innombrables, desconocidas, cargadas de fragilidad y de potencia, nos da espacio para re-aprehender el cuerpo en un orden de valores distinto.

La imposibilidad de lo aprehensible reflejada en la palabra muda, nos dice más de la muerte que la imagen del cadáver despojado. Cuando el sentimiento profundo de la pérdida nos gobierna, la lengua se ata, no por la por la ausencia de palabras, sino por el exceso: la incapacidad de las miles de palabras de acercarse a lo que por dentro atraviesa, es una sensación de potencia contenida que al no encontrar salida en la voz hablada, despierta desgarrada desde adentro en un gesto, una voz deshecha convertida en fluido, en canto, en leco[2], en grito.

Respondiendo a este llamado, como artista, propongo hacer una revisión a través de la posibilidades metafóricas de estos acontecimientos, propongo explorar las maneras de hacer y decir del cuerpo en estados profundos de afección, posibilidades que los lenguajes que se expresan a través de mediaciones, como las palabras, ya no pueden hacer o decir. Quiero partir de mi cuerpo como territorio de estas reflexiones, ponerlo a prueba, experimentar en él: es un proceso de recuperación de mi voz, de mi oído, de mis órganos.

He comenzado con un proceso de reconocimiento y exploración de esas posibilidades indecibles, a partir de experiencias propias, operaciones sobre mi cuerpo y búsquedas sobre otros. Le he puesto obstáculos a mi voz, he impedido que el aire que sale de mis pulmones pase directo por las cuerdas vocales, he buscado que otras voces penetren mi cuerpo mudo, he permitido que empiecen a resonar partes de mi cuerpo dormitadas, he indagado en las manifestaciones culturales corporales humanas y animales, en los ritos en torno a la muerte, me he perdido en la experiencia de los gestos que allí se producen.

La apuesta es elaborar metafóricamente esta experiencia, mostrar con ello un postura frente a lo que se dice de la muerte: potenciar la búsqueda de los sentidos. De alguna manera la apuesta es provocar mucho más que la contemplación pasiva del espectador, un encuentro con sus temores, con sus muertos, reactivar el acontecimiento, el duelo, finalmente devolverle la pregunta sobre su responsabilidad con esta realidad, sobre su historia, sobre su memoria, no como un pasado que queda atrás o que se repite en el presente, sino como una presencia sin tiempo que nos acompaña y nos obliga a actuar.




[1]Allí donde el mundo real se cambia en simples imágenes, las simples imágenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipnótico, el espectáculo como tendencia a hacer ver por diferentes mediaciones especializadas del mundo que ya no es directamente aprehensible, encuentra normalmente en la vista, el sentido humano privilegiado, que fue en otras épocas el tacto……el problema tal como señala Debord tiene que ver con las mediaciones, hoy la presencia de las mediaciones posibles se ha multiplicado, haciendo que lo real no sea la finalidad y la imagen el medio, sino que podamos hablar de la imagen misma como medio y fin, de la imagen como productora de lo real.”

Cita e Interpretación de problema de la sociedad del espectáculo señalado por el teórico y político Guy Debord expuesta en la conferencia “Ecología del acontecimiento”, dictada por el filósofo Juan Carlos Arias en el marco del ciclo el de conferencias de la Maestría en artes plásticas y visuales, el miércoles 27 de mayo de 2009 en la Universidad Nacional de Colombia sede Bogotá.

[2] Sonido desgarrado, repetitivo, denso, emitido por mujeres cantadoras en medio de las ceremonias fúnebres practicadas por la comunidad afrodescendiente de San Bacilio de Palenque, Bolívar, Colombia.